martes, 17 de agosto de 2010

El cajón de las estrellas.

Se despertó en la madrugada de un día trece. Estaba tumbado, rodeado de edificios, mirando al cielo, contemplando una vez más aquel espectáculo. Le encantaba ver cómo las estrellas paseaban a sus anchas, con una lentitud geológica, frente a sus ojos. Estiraba los brazos hacia el cielo -con las manos bien abiertas- y esperaba a que entre su mirada y el firmamento se interpusiera una estrella. En aquel momento, no dudaba un segundo en agarrarla y meterla en la caja que siempre le acompañaba.

Cuando dejaba constelaciones en aquella caja -sujetándolas con delicadeza, con las manos en forma de cuenco- podía verse cómo se derramaban el tiempo y algunas notas musicales entre sus dedos. Apresuradamente, ponía la tapa y subía corriendo a casa a guardar su nueva conquista en el cajón de las estrellas, donde se mezclaban constelaciones, nubes, caricias, palabras, la mitad de su corazón, y algún trozo de luna. Cerraba los ojos y soñaba con que ella volviera para poder derramar el contenido de aquel cajón secreto por todo su cuerpo.

Por algo le llamaban el coleccionista de constelaciones.